martes, 6 de agosto de 2013

DIEGO VELÁZQUEZ, La Venus del espejo (1648)


DIEGO VELÁZQUEZ
Diego Rodríguez de Silva y Velázquez 
Sevilla, hacia el 5 de junio de 1599 – Madrid, 6 de agosto de 1660

La Venus del espejo (1648)
Óleo sobre lienzo. 122,5 x 177 cm
The National Gallery, Londres


En la Venus del espejo, de Velázquez, Ruhemann consideró necesario emplear etanol puro y un pincel de cerda. Las partes no incluidas en este tratamiento «tuvieron que ser rascadas». Algunas fueron primeramente «ablandadas frotándolas brevemente con formaldehído dimetílico. Después de eliminar lo que consideró barniz o repinte, Ruhemann empezó su labor de retoque, sin embargo su informe de la pintura revela una visión indecisa de la obra de Velázquez y sus intenciones: «Cupido... está pintado a modo de esbozo y posiblemente sin acabar»; «las manchas de pintura presumiblemente ocultan arrepentimientos pero es posible que hayan sido reforzadas en una restauración anterior». (La cursiva es mía.) En cambio, su capacidad para retocar la pintura no ofreció ninguna duda: «Después de la limpieza se rellenaron los huecos existentes en la pintura con masilla blanca de dorador, un poco de aceite secativo y cola; a todo ello se añadió sombra de tierra quemada para alcanzar la tonalidad del fondo original. La operación de retoque fue realizada con Paraloid B72 como medio provisto de pigmentos en polvo, xileno como disolvente y Shellsol E como retardador». La operación fue rematada con «MSB2... en el barniz preliminar, intermedio y final... a la última aplicación (con pulverizador) se le añadió un tres por ciento de cera». Gaya se debió de revolver en su tumba. En 1801 insistía en que «cuanto más se retocan las pinturas so pretexto de conservarlas, en tanta mayor medida son destruidas, y ni siquiera los artistas originales, si estuvieran vivos, podrían retocarlas ahora perfectamente a causa del tono añejo dado a los colores por el tiempo, el cual también es un pintor de acuerdo con la máxima y la observación del ilustrado». Los restauradores tendrán que cubrir distancias enormes para deshacer la obra del tiempo.
Beruete (1906), Allende-Salazar (1925), Mayer (1936) y Lafuente Ferrari (1943) opinan que esta obra fue pintada en la misma época que Las hilanderas, que fijan hacia 1657-1658. Otros como López-Rey (1963) fechan ambas pinturas hacia 1648, poco antes del segundo viaje a Italia de Velázquez. Lo excepcional de esta iconografía en la pintura española y la rotunda presencia del desnudo de espaldas ha desatado toda clase de interpretaciones de tipo autobiográfico para explicar esta obra, incluyendo las más variadas suposiciones en tomo a la identidad de la figura pintada. Se ha llegado a pensar que se trataría de la amante de Velázquez en Italia, de la que tuvo un hijo durante su segundo viaje. Sin embargo, lo habitual de esta iconografía en la pintura tanto del Renacimiento como del Barroco, sobre todo en dos de los pintores más admirados por Velázquez como eran Tiziano y Rubens, deja claro que estamos ante la extraordinaria versión del sevillano del tema de la Venus acostada (Checa, 2001; Portús, 2002; Morán, 2006). La obra fue localizada en el inventario de don Gaspar Méndez de Raro, sexto marqués del Carpio en junio de 1651 (Pita, 1952), pero nuevas aportaciones documentales (Aterido, 2001) la encuentran mencionada ya en el inventario del pintor Domingo Guerra Coronel. No se trataría, pues, en primera instancia de un encargo del famoso coleccionista. Estas fechas permiten, además, dos hipótesis sobre la fecha de ejecución de la pintura: o fue realizada poco antes del segundo viaje a Italia de Velázquez, hacia finales de 1648, lo que parece más probable, o el pintor la concluyó durante esa estancia italiana y desde Roma la envió a Madrid. La obra sufrió el ataque de una sufragista en 1914. En 1965 fue restaurada, tal vez en exceso (López-Rey, 1979).      

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